Mocha Dick o la ballena blanca del Pacífico: una hoja de un diario manuscrito

 


 

Volvamos a Mocha Dick, lo cual, señalemos, pocos ansiaban hacer entre los que habían escapado de él. Aquel renombrado monstruo, que había salido victorioso de cien combates con sus perseguidores, era una vieja ballena macho de un tamaño y una fuerza prodigiosas. Por efecto de la edad o, más probablemente, por un capricho de la naturaleza, como en el caso del albino etíope, se daba en él una circunstancia singular: ¡era blanco como la lana! En vez de proyectar su chorro hacia adelante y de resoplar con un esfuerzo breve y convulsivo acompañado por un ruido ronco, como es usual en su especie, él disparaba el agua de su nariz en un alto chorro perpendicular que arriba se expandía, en intervalos regulares y un tanto distantes, y la expulsión producía un rugido continuo, como el del vapor escapándose de la válvula de seguridad de una potente máquina de vapor. Viéndolo de lejos, sólo la mirada ejercitada del marinero podía determinar que la masa móvil que constituía aquel enorme animal no era una nube blanca deslizándose sobre el horizonte. En los cachalotes, raras veces se encuentran moluscos, pero en la cabeza de aquel lusus naturae1 se arracimaban las conchas hasta el punto de hacerla absolutamente rugosa. En suma: fuese como fuese que se lo mirase, era el más extraordinario de los peces o, dicho al modo dialectal de Nantucket, «un curtido veterano» de la categoría más selecta.

(...)

Las opiniones difieren en cuanto a la fecha de su descubrimiento. No hay duda, sin embargo, de que ya antes del año 1810 fue visto y atacado cerca de la isla Mocha. Se sabe que muchos botes fueron destrozados por su inmensa cola o mascados y desmenuzados por sus potentes mandíbulas; y se dice que, en cierta ocasión, salió vencedor de un enfrentamiento con las tripulaciones de tres balleneros ingleses, y que golpeó ferozmente al último de los botes en retirada en el momento en que lo sacaban del agua y lo suspendían de los pescantes del barco. No se suponga, sin embargo, que nuestro leviatán saliese indemne de todas esas batallas encarnizadas. Un lomo erizado de hierros, y entre cincuenta y cien yardas2 de estacha arrastrándose en su estela, atestiguaban suficientemente que, aunque invicto, no se mostraba invulnerable. Desde el tiempo de su primera aparición, la celebridad de Dick no paró de aumentar y llegó al punto de que, según parece, su nombre se introducía con naturalidad en los saludos que los balleneros se intercambiaban en sus encuentros en el gran Pacífico, terminando las preguntas habituales casi siempre con: «¿Nada nuevo de Mocha Dick?»3. De hecho, prácticamente todo capitán que doblaba el cabo de Hornos, si tenía alguna ambición profesional o se atribuía la capacidad de someter al monarca de los mares, reseguía la costa con su barco con la esperanza de encontrar la oportunidad de poner a prueba la musculatura de aquel duro campeón que nunca, que se supiera, había esquivado a sus atacantes. Se observó, eso sí, que aquel veterano parecía tener especial cuidado en cuanto a la parte de su cuerpo que exponía a la aproximación del timonel del bote, porque en general, por medio de una oportuna maniobra, presentaba la espalda al arponero y frustraba hábilmente todo intento de clavar un arpón bajo su aleta o una lanza en su vientre. Aunque feroz por naturaleza, no era habitual que Dick, si no le atacaban, mostrase inclinaciones malignas. Al contrario: a veces daba vueltas tranquilamente alrededor de una nave, y en ocasiones nadaba perezosa e inofensivamente entre los botes equipados con todo lo necesario para la destrucción de su raza. Pero aquella benignidad no le valía de mucho porque, si no les quedaba otro motivo para incriminarlo, sus enemigos juraban ver una maldad latente en el largo y despreocupado barrido de su cola. Fuese como fuese, lo indudable es que toda su indiferencia se desvanecía con el primer pinchazo del arpón, y cortar la estacha y un rápido repliegue hacia el barco eran a menudo los únicos medios que encontraban sus frustrados atacantes de escapar a la destrucción.

Jeremiah N. Reynolds, Mocha Dick o la ballena blanca del Pacífico: una hoja de un diario manuscrito

 Libro

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


1  Broma o burla de la naturaleza. (N. d. E.)

2  Otros tantos metros (una yarda equivale a 0,9144 metros). (N. d. E.)

3  En Moby Dick, en los encuentros del Pequod con otros barcos, la

primera pregunta invariable del capitán Ahab es: «¿Has visto a la ballena

blanca?». (N. d. E.)