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La piel fría


 

 

Isla Thompson o Isla Fantasma1, septiembre de 1914. El capitán de un barco de tránsito ha desviado su ruta para dirigirse a dicha isla y desembarcar ahí a Aldor Vigeland, quien será el relevo del Oficial de Aires y Vientos. Sin embargo, una vez en tierra, nadie sale a recibirlos, encuentran una cabaña deshabitada y polvosa, por lo cual deciden ir hacia el faro, en donde vive Gruner, el Técnico de Señales Marítimas.

¿Por qué el faro está rodeado de estacas?

¿Por qué Gruner tiene ese aspecto de sonámbulo?

¿Por qué Vigeland decide quedarse en la isla a pesar de la insistencia

del capitán de no hacerlo?

¿Qué o quiénes son las criaturas que acechan en la isla durante la noche?

 ¿Quiénes son los mounstros en realidad?

 ¿Quíén es Aneris?

La piel fría está basada en la novela La pell freda de Albert Sánchez Piñol. El tema existencial del exilio y del aislamiento voluntario de Batís Caffó (Gruner) y del personaje central (Aldor Vigeland)2, puesto en relación con Aneris3, queda desdibujado a lo largo de toda la película. Además, la presencia simbólica de los monstruos marinos, como alter ego, son presentados como un simple hecho anecdótico. En consecuencia, el filme poco a poco va perdiendo fuerza e interés. También encontramos ciertas subtramas de la película imposibles de codificar si no se ha leído antes la novela, en este caso, la película no tiene vida propia sin el libro.

A pesar de lo anterior, la fotografía de Daniel Aranyo es impecable en conjunto con la composición de muchas escenas, lo que permite disfrutar mucho la película en un estado onírico. 

 

 

La piel fría (Cold Skin), (España, 2017)

Dirigida por Xavier Gens

Guíon: Eron Sheean y Jesus Olmo, basado en la novela

de Albert Sánchez Piñol

Fotografía: Daniel Aranyo

Música: Víctor Reyes

 

Reparto: David Oakes, Ray Stevenson, Aura Garrido, John Benfield,

Iván González, Ben Temple.

Película


1  La isla Thompson o Isla Fantasma se encontraba, antes de 1893, en el oceáno Atlántico Sur entre Sudáfrica y la Antártida.

2  En la novela no se menciona su nombre.

3  Sirena, si se lee al revés.

 

 


 



 
 
 

 


 

 


La piel fría

 


 

De mis días de activista había aprendido un método: la mejor manera de combatir el sentimentalismo y la desesperanza consiste, sin duda alguna, en enfocar el problema desde sus aspectos técnicos. Me hice el siguiente razonamiento: estás muerto. Te encuentras en un islote frío y solitario, a distancias inconcebibles de cualquier auxilio. Estás muerto, estás muerto, me repetí en voz alta mientras liaba un cigarrillo. Ésta es tu situación actual: estás muerto. Por tanto, si no sales de ésta, no habrás perdido nada. Pero si consigues salvarte lo habrás ganado todo: tu vida.

No deberíamos despreciar la fortaleza de los pensamientos solitarios. El cigarrillo que me fumaba se convirtió, por arte de magia, en el mejor tabaco del mundo. Y aquel humo que salía de mis pulmones era la firma de quien se resigna a combatir en unas Termópilas. Estaba agotado, sí, pero el cansancio se había desvanecido. Ya no sufría cansancio, el cansancio me sufría a mí. Mientras estuviese cansado, mientras los párpados me cayeran con peso de plomo, estaría vivo. Ya no me importaban los móviles que me habían llevado hasta aquel rincón remoto. No tenía pasado, no tenía futuro. Estaba en el fin del mundo, estaba en medio de la nada, estaba lejos de todo. Después de fumarme aquel cigarrillo estaba infinitamente lejos de mí mismo.

Respecto a la situación objetiva, no me hacía ilusiones. Para empezar yo no sabía nada de los monstruos. Así que, tal como sugerían los manuales militares, tenía que prever la campaña desde las peores expectativas. ¿Atacarían de día y de noche? ¿Siempre? ¿Organizados en manada? ¿Con perseverancia anárquica? ¿Cuánto tiempo podría resistir con mis limitados recursos, solo y contra una turba? Evidentemente, muy poco. Batís había logrado sobrevivir, cierto. Pero él contaba con una experiencia que yo no tenía. Y con el faro, una fortificación natural: cuanto más miraba la casita, más miserable me parecía. Sólo se me imponía una conclusión segura: no hacía falta preguntar por el destino de mi predecesor.

                                                          

Albet Sánchez Piñol, La piel fría

                                                                 

Libro