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Al Polo Austral en velocípedo

 

 

El 25 de noviembre, la temperatura, que hasta entonces habla oscilado  entre 2° y 4° bajo cero, descendió bruscamente, a causa del viento que comenzaba a soplar del Sur. Aunque el sol brillaba espléndidamente, el termómetro marcó 7° bajo cero.

La tripulación, así como los miembros de la expedición, se vieron obligados a ponerse los pesados vestidos de invierno, los guantes de abrigo y los capotes de piel de foca con capuchones. Sólo se resistió a ello Bisby, a pesar de los consejos de su amigo Wilkye, y se limitó a envolverse en su famosa piel de bisonte, sin renunciar a la chistera, que, según él, era preferible a la capucha.

A mediodía algunos bloques de hielo, empujados hacia el Norte por el viento que soplaba del Sur, aparecieron en aquellas aguas, y por primera vez el capitán Bak señaló un iceblink.

El iceblink indica siempre la proximidad del icefield, o sea de los inmensos campos de hielo. Es una luz blanca, producida por la refracción de los rayos solares en la superficie de los hielos, y se refleja en el cielo, especialmente cuanto está cubierto de nubes. A veces esta luz es tan intensa que se la percibe aún a través de la más espesa niebla.

A las cuatro de la tarde la goleta, después de haber evitado algunos floes, o bancos de hielo formados en el mar por la congelación del agua, llegó a las orillas de una isla que se encontraba en su camino.

Era la de Decepción, que es una de las más notables del Archipiélago de las Shetland australes y una de las más raras por su forma. Es circular, y al exterior carece de toda rada que pueda ofrecer asilo a los buques; pero en su interior oculta el mejor y más seguro puerto que sin duda existe en todas las tierras del Globo. Se entra en él por una estrecha abertura situada al Sureste, y que, de no conocerse su existencia, sería difícil de encontrar, pues está encerrada entre dos altas rocas, o, mejor dicho, colinas.

Aquel cómodo puerto, en el que caben con desahogo centenares de buques, se llama de Foster, nombre del navegante que lo descubrió; pero la mayor parte del año es impracticable, a causa de los hielos que lo bloquean.

 

Emilio Salgari, Al Polo Austral en velocípedo

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El Pourquoi-pas? en la Antártida

 

 

 

Al principio las cosas van bien, los icebergs que enfrentamos son grandes y están lo suficientemente espaciados para poder maniobrar a tiempo, pero después de cuatro horas en el mar en plena ebullición, se colocan en todos lados icebergs y bloques de hielo. Los hombres en intervalos cortos deben esperar su turno en el timón, la maniobra continua es agotadora. Siento que soy atraı́do por un torrente invisible en un abismo negro, del cual ignoro el final; sin dejar el megáfono, yo grito órdenes que son contradictorias; estamos navegando en un corredor sinuoso, abarrotado de grandes bloques que deben ser evitados a cualquier precio; en la niebla nos movemos hacia adelante, los icebergs aparecen y desparecen en esta atmósfera cargada, no sabemos si incluso un pasaje se abrirá ante nosotros. La preocupación se convierte en una especie de intoxicación; ya no nos damos cuenta del peligro y de nuestro rumbo, el menor impacto, el menor error de juicio puede convertirse en una catástrofe, se convierte ahora en un deporte. ¿Pasaremos o no pasaremos? El torrente nos lleva, la parte superior de los icebergs que parecen rozarnos nos dominan y los pequeños parecen danzar frente a nosotros. Las horas huyen y en lo desconocido continúa la loca carrera. En este momento, si la cosa más bizarra, más extraña habría estado ante mí no me hubiera sorpendido, pero sólo son masas blancas y barreras que destacan sobre un fondo negro, del cual brota el mar en altos chorros que caen de nuevo sobre el bote y luego desaparece detrás de nosotros.

De repente, frente a mí, el negro abismo se vuelve brillante y dorado, deslumbrante con claridad, aumentando lo extraño, lo inquietante y lo fantástico, dando la impresión de entrar en el paraíso después de salir del infierno. Esta claridad se produce simplemente por el Iceblink1 de una gran placa de hielo a la deriva, y tan pronto como entramos en el pequeño hielo, el mar se calma y el ruido sordo es como un descanso reparador después de las olas rompiendo al pie de los icebergs.

Este hielo flotante se cruza rápidamente, la tormenta todavía sopla, pero el clima se está despejando y los icebergs son cada vez más raros. Me tiro durante dos horas en mi litera, y cuando me despierto me pregunto si esta extraña navegación no fue un sueño.

 

Jean-Baptiste Charcot, El Pourquoi-pas? en la Antártida

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1  Parpadeo del hielo.

Observaciones sobre glaciología antártica

 

 

 

VII. Colores glaciales y fenómenos ópticos.

 

Las nieves antárticas no son siempre blancas como pudiera creerse, pues se encuentran extensiones con colores verdes, rojos, ocres y cafés en diversas tonalidades en los campos de nevé y hielos azules en las grietas, barreras y témpanos. Estos fenómenos dan armonía y variedad al paisaje glacial.

Los colores verdes y rojos se deben a la impregnación del nevé de innumerables algas microscópicas; las encontramos en manchas abundantes en la isla Presidente González Videla, especialmente en la puntilla de los Elefantes, en Lockroy y en Melchior. Encontramos también extensiones de colores amarillos, pero creo que éstas se debían a estiércol de pingüino por la proximidad a sus colonias.

En los frentes glaciales y en los témpanos se veían las franjas de hielos azules combinadas con capas intensamente blancas y tal vez se deben a cortes estratificados con diferentes clases de hielo y variedad en la cantidad de burbujas de aire.

Además de estas franjas, las tonalidades verdes y azules en las grietas, frentes glaciales y témpanos tienen que producirse por fenómenos ópticos de reflexión ele la luz y refracción a través de los cristales. Las aguas azules del mar constituyen también un factor.

Sobre las nieves negras de la isla Decepción, que ofrecen un fuerte contraste con el panorama antártico, hemos hablado en el capítulo anterior.

Los fenómenos luminosos del cielo son también interesantes y de hermoso aspecto. Los más conocidos que pudimos constatar son los llamados «ice blink» y que se presentan como resplandores lejanos y difusos de color de amarillo claro en las zonas de islas de hielo, como Snow Hill, y en los témpanos gigantes.

Los amaneceres y crepúsculos presentan en la Antártica una extraordinaria belleza con la más potente manifestación de coloridos en toda la gama del espectro de la luz solar. La refracción de la luz a través de los cristales de las nubes de hielo y la reflexión en los campos terrestres del nevé, producen a veces extrañas combinaciones. Recuerdo en cierta ocasión, mientras navegábamos hacia la bahía Margarita, vimos en el Oeste una enorme cruz luminosa entre las nubes, formada por dos haces de rayos perpendiculares.

Igualmente también se observan comunmente los efectos astronómicos como las coronas de luz o halos y las imágenes repetidas del sol y la luna, fenómenos de espejismos y otros. El 18 de febrero, a las 5 hrs, nos fué dado ver un hermoso fenómeno de imagen invertida del nevado General Cañas Montalva de la isla Presidente González Videla presentando su cono invertido en la mitad de su altura y viéndose por lo tanto como un doble cono rodeado de halos de colores. Creo que fué un espejismo que puede producirse en las zonas de hielo por existencia de capas atmosféricas altas de mayor temperatura que las bajas.

El mismo día, encontrándome solo en el nevado oriental de la isla Greenwich durante una exploración, se me presentó el más extraño de los fenómenos ópticos de origen glacial. Habiendo sido envuelto por una densa nube stratus de cristales de nieve, vi proyectada, a lo lejos, mi propia sombra de enorme tamaño y rodeada de anillos luminosos alrededor de la cabeza. Lo explico como resultado de la proyección de la sombra por la escasa luz difusa del sol que penetraba a través de los cristales de hielo y producía una serie de refracciones. No usaba anteojos oscuros porque no había sol directo y pronto las neblinas invadieron el campo alto durante muchas horas con escasa visión hasta sólo de tres metros, produciéndome un enceguecimiento que me afectó durante dos días.

 

Humberto Barrera V., Observaciones sobre glaciología antártica

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La Esfinge de Los Hielos

 

El 10 de marzo, con igual longitud, la observación dio 76° 13' de latitud. Puesto que la Paracuta había recorrido unas 600 millas desde su partida de Halbrane-Land en veinte días, había llevado una velocidad de 30 millas por día. Siguiera así durante tres semanas, y todas las posibilidades serían de que los pasos no estuvieran cerrados, o que el banco de hielo pudiera ser contorneado, y también de que los barcos de pesca no hubieran aún abandonado sus caladeros.

Actualmente el sol estaba casi al ras del horizonte, y se acercaba la época en que todo el dominio de la Antártida quedaría envuelto en las tinieblas de la noche polar. Felizmente, yendo hacia el norte ganaríamos los parajes donde la luz brillaba aún.

Fuimos testigos de un fenómeno tan extraordinario como aquellos de que el relato de Arthur Gordon Pym está lleno. Durante tres o cuatro días, de nuestros dedos, de nuestros cabellos, de los pelos de nuestras barbas, se escaparon chispas acompañadas de estridente ruido. Estos luminosos penachos eran producidos por el contacto de una tempestad de nieve eléctrica. La Paracuta estuvo varias veces a punto de irse a pique –con tanta furia se agitaba la mar-, pero conseguimos salir sanos y salvos.

El espacio no se iluminaba ya más que imperfectamente.

Frecuentes brumas reducían a algunos cables únicamente el campo de visión. Así es que fue preciso ejercer gran vigilancia para impedir choques contra los témpanos flotantes, cuya velocidad era inferior a la de la Paracuta. Igualmente se observaba que por la parte sur el cielo se iluminaba frecuentemente con anchas ráfagas de luz, debidas a la irradiación de las auroras polares.

Jules Verne, La Esfinge de los hielos

 

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Veinte mil leguas de viaje submarino

 

 

En la atmósfera, hacia el horizonte meridional, se extendía una faja blanca de aspecto deslumbrador. Los balleneros ingleses han dado a este fenómeno el nombre de iceblink (el parpadeo de hielo), y por espesas que sean las nubes nunca pueden obscurecerlo. Anuncia la presencia de un pack o banco de hielo.”

Jules Verne, Veinte mil leguas de viaje submarino 
 

                                                                   

                                                                          




 

Symzonia: Voyage of discovery

 

 

We made rapid progress, and were soon in the latitude of Sandwich land, as laid down in the charts, where we met with nothing but clear blue ocean. I hauled up S. S. E., true course, and stood on as far as 68° South, making the best use of my time by daylight, and drifting back upon my track during the short interval of night. On the 2d Nov. in lat. 68½, we met with ice in detached fields; and had strong gales from S. W. with raw, drizzly weather. I edged away to the eastward, intending to keep near the ice, and hauled to the southward, when a clear sea would permit. The first day, we kept the ‘blink of the ice’[1] in sight, and found it to trend nearly East and West. Made no southing this day. The second, we were enabled to haul up S. E. and by E. and continued this course without nearing the ice. The following day, hauled up S. E., set the engine in motion, and made rapid way; we observed this day at noon, in 75° 22′ S. I was elated with the prospect of reaching a much higher southern latitude than any former navigator had been able to gain, and pushed on as fast as canvas and steam could drive my vessel.
 

Adam Seaborn, Symzonia: Voyage of Discovery  

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[1] ‘Blink of the ice.’—This is an arch formed upon the clouds by the reflection of light from the packed ice.