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Shackleton el indomable. El explorador que nunca llegó al Polo Sur

 


 

¡Abandonen el barco!

 

La última batalla tuvo lugar una semana después. Fue una lucha enconada pero desigual. Era el 24 de octubre a las siete menos cuarto de la tarde cuando, con un sentimiento de temor creciente, vieron cómo una fuerza de millones de toneladas de presión iba avanzando sobre la banquisa destrozando a su paso la superficie del hielo y dirigiéndose directamente hacia ellos. Hasta que los alcanzó. El barco se estremeció y toda su estructura crujió ante aquel empuje colosal. Una gran masa de hielo destrozó la proa y el agua empezó a entrar por varios puntos del casco. Todos se volcaron sobre las bombas mientras McNish, el carpintero, trataba de sellar los agujeros. Pasado un tiempo la presión cedió, pero era evidente que aquello era el principio del fin. Al día siguiente, cuando en el barco ya todo estaba de nuevo bajo control, volvieron a ver cómo avanzaba el frente de presión. Toda la placa helada a su alrededor parecía estar en ebullición, a su paso bloques de hielo de toneladas de peso saltaban por los aires como si fuesen de papel, hasta que otra vez chocó contra ellos. El combate duró todavía un par de días, durante los cuales las vigas se curvaban chirriando hasta que, incapaces de resistir más, se rompían en un estallido seco que penetraba en sus oídos y sus almas. Las vías de agua se multiplicaban. Oficiales, científicos y marineros se turnaban con las bombas achicando hasta que caían agotados. Shackleton y Worsley enviaron a varios hombres a arriar los botes y sacar fuera del barco los equipos y las provisiones que tenían preparadas, por si tenían que abandonarlo.

Todo estaba perdido, pero aun así durante horas y horas el barco y la tripulación siguieron peleando. De repente, un grupo de ocho pingüinos emperador se acercaron a ellos y se detuvieron a corta distancia. Durante unos minutos parecía que contemplaran la escena, luego comenzaron a graznar de una forma especial, eran unos gritos tan lastimeros que más parecían un canto fúnebre. La tripulación dejó todo lo que estaba haciendo para asomarse por la borda a verlos. Siguieron sus cantos como hipnotizados mientras intercambiaban miradas interrogativas. Nadie, ni los que habían pasado más años en la Antártida, había visto nunca algo semejante y, supersticiosos como buenos marinos, supieron lo que aquello significaba. Pese a todo siguieron trabajando con ahínco durante las horas siguientes, hasta que a las cuatro en punto del 27 de octubre de 1915 Shackleton hizo un gesto con la cabeza a Wild. No hacía falta decir nada más. Había llegado el momento de abandonar el Endurance.

 

Javier Gómez Cacho, Shackleton el indomable. El explorador que nunca llegó al Polo Sur

  

Libro

 

 El Endurance, uno de los barcos de la expedición con la que Shackleton se proponía alcanzar el Polo Sur partiendo del mar de Weddell y continuar la travesía de la Antártida hasta el mar de Ross (1915).

 

Hallan los restos del Endurance en la Antártida 107 años después de La Expedición Imperial Transantártica

 

 

Con el día siguiente, llegó el tiempo despejado y brillante, con un cielo azul. La luz del sol era reconfortante. El rugir de la presión podía oírse a nuestro alrededor. Se levantaban nuevos cordones y, a medida que pasaba el día, pude ver que las líneas de grandes alteraciones se acercaban al barco. El Endurance sufrió ciertas tensiones a intervalos. Si prestaba atención a los ruidos de abajo, podía oír el crujido y elgemido de sus cuadernas, los crujidos que sonaban como disparos de pistola e indicaban la ruptura de alguna cabilla o traca, y los débiles e indefinibles murmullos de la tensión de nuestra embarcación. Arriba, el sol brillaba con serenidad; nubes aborregadas ocasionales iban a la deriva con la brisa del sur, y la luz brillaba y destellaba en el millón de facetas de los nuevos cordones de presión. El día transcurrió lentamente. A las 19:00, se sintió una fuerte presión, con tensiones deformantes que torturaban el barco a proa y a popa. Los extremos del entarimado de las tracas se abrieron entre diez y doce centímetros a estribor y, a la vez, pudimos ver desde el puente que el barco se estaba doblando como un arco bajo una presión titánica. Casi como una criatura viviente, resistía las fuerzas que la quebrarían; pero se trataba de una batalla unilateral. Millones de toneladas de hielo presionaban de modo inexorable el pequeño barco que había osado desafiar la Antártica. El Endurance ahora hacía agua a cantidades, y a las 21:00, impartí la orden de bajar los botes, aparejos, provisiones y trineos a la placa, y de llevarlos hasta el hielo plano que estaba algo alejado del barco. La presión del hielo cerró los canales levemente a medianoche, pero todos los hombres estuvieron achicando toda la noche. Un acontecimiento extraño fue la aparición repentina de ocho pingüinos emperador que salieron de una grieta a noventa metros de distancia en el momento en que la presión sobre el barco estaba en su punto máximo. Caminaron un poco hacia nosotros, se detuvieron, y tras unos pocos llamados usuales, comenzaron a emitir gritos extraños que sonaban como un canto fúnebre para el barco. Ninguno de nosotros nunca había oído a los emperadores emitir más que los simples llamados o gritos, y el efecto de este esfuerzo coordinado fue casi alarmante. Luego, llegó un día fatídico: miércoles 17 de octubre. La posición era 69° 5' latitud S, 51° 30' longitud O. La temperatura era -18,2 °C. Soplaba una brisa débil del sur, y el sol brillaba en un cielo claro.

Tras largos meses de incesante ansiedad y estrés, tras momentos en que teníamos grandes esperanzas y otros cuando las perspectivas eran en verdad lúgubres, el fin del Endurance ha llegado. Sin embargo, aunque nos hemos visto obligados a abandonar el barco, que se encuentra aplastado más allá de toda esperanza de que alguna vez se recupere, estamos vivos y bien, y tenemos provisiones y equipos para la tarea que nos espera. La tarea es llegar a tierra con todos los miembros de la expedición. Es difícil escribir lo que siento. Para un marino, su barco es más que un hogar flotante, y en el Endurance, había centrado mis ambiciones, mis esperanzas y mis deseos. Ahora, deformándose y gimiendo, con sus cuadernas rajándose y sus heridas abriéndose, lentamente está abandonando su sensible vida en el inicio mismo de su carrera. Está aplastado y abandonado después de haberse desplazado a la deriva más de novecientos kilómetros en una dirección noroeste durante doscientos ochenta y un días desde que quedó atrapado en el hielo.

Ernest Shackleton, Sur, Relato de la Expedición del Endurance

 

 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Noticia sobre el hallazgo de los restos del bergantín Endurance:
 
 

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