Con el día siguiente, llegó el tiempo despejado y brillante, con un cielo azul. La luz del sol era reconfortante. El rugir de la presión podía oírse a nuestro alrededor. Se levantaban nuevos cordones y, a medida que pasaba el día, pude ver que las líneas de grandes alteraciones se acercaban al barco. El Endurance sufrió ciertas tensiones a intervalos. Si prestaba atención a los ruidos de abajo, podía oír el crujido y elgemido de sus cuadernas, los crujidos que sonaban como disparos de pistola e indicaban la ruptura de alguna cabilla o traca, y los débiles e indefinibles murmullos de la tensión de nuestra embarcación. Arriba, el sol brillaba con serenidad; nubes aborregadas ocasionales iban a la deriva con la brisa del sur, y la luz brillaba y destellaba en el millón de facetas de los nuevos cordones de presión. El día transcurrió lentamente. A las 19:00, se sintió una fuerte presión, con tensiones deformantes que torturaban el barco a proa y a popa. Los extremos del entarimado de las tracas se abrieron entre diez y doce centímetros a estribor y, a la vez, pudimos ver desde el puente que el barco se estaba doblando como un arco bajo una presión titánica. Casi como una criatura viviente, resistía las fuerzas que la quebrarían; pero se trataba de una batalla unilateral. Millones de toneladas de hielo presionaban de modo inexorable el pequeño barco que había osado desafiar la Antártica. El Endurance ahora hacía agua a cantidades, y a las 21:00, impartí la orden de bajar los botes, aparejos, provisiones y trineos a la placa, y de llevarlos hasta el hielo plano que estaba algo alejado del barco. La presión del hielo cerró los canales levemente a medianoche, pero todos los hombres estuvieron achicando toda la noche. Un acontecimiento extraño fue la aparición repentina de ocho pingüinos emperador que salieron de una grieta a noventa metros de distancia en el momento en que la presión sobre el barco estaba en su punto máximo. Caminaron un poco hacia nosotros, se detuvieron, y tras unos pocos llamados usuales, comenzaron a emitir gritos extraños que sonaban como un canto fúnebre para el barco. Ninguno de nosotros nunca había oído a los emperadores emitir más que los simples llamados o gritos, y el efecto de este esfuerzo coordinado fue casi alarmante. Luego, llegó un día fatídico: miércoles 17 de octubre. La posición era 69° 5' latitud S, 51° 30' longitud O. La temperatura era -18,2 °C. Soplaba una brisa débil del sur, y el sol brillaba en un cielo claro.
Tras largos meses de incesante ansiedad y estrés, tras momentos en que teníamos grandes esperanzas y otros cuando las perspectivas eran en verdad lúgubres, el fin del Endurance ha llegado. Sin embargo, aunque nos hemos visto obligados a abandonar el barco, que se encuentra aplastado más allá de toda esperanza de que alguna vez se recupere, estamos vivos y bien, y tenemos provisiones y equipos para la tarea que nos espera. La tarea es llegar a tierra con todos los miembros de la expedición. Es difícil escribir lo que siento. Para un marino, su barco es más que un hogar flotante, y en el Endurance, había centrado mis ambiciones, mis esperanzas y mis deseos. Ahora, deformándose y gimiendo, con sus cuadernas rajándose y sus heridas abriéndose, lentamente está abandonando su sensible vida en el inicio mismo de su carrera. Está aplastado y abandonado después de haberse desplazado a la deriva más de novecientos kilómetros en una dirección noroeste durante doscientos ochenta y un días desde que quedó atrapado en el hielo.
Ernest Shackleton, Sur, Relato de la Expedición del Endurance