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Scott llega al Polo Sur (16-18 de enero de 1912)

Scott llega al Polo (16-18 de enero de 1912)

Los británicos todavía permanecieron un tiempo junto a aquella banderola negra que en un instante había borrado todos sus sueños de gloria, todas las esperanzas de triunfar en las que se habían refugiado cuando el esfuerzo necesario para vencer las dificultades parecía ser superior a sus fuerzas. Había señales de un campamento –los noruegos habían acampado allí el 13 de diciembre–, de huellas de trineos y de perros, muchos perros. Wilson estimó que debían de haber pasado por allí hacía unas tres semanas. Parecía evidente que habían sabido encontrar otra ruta para salvar las montañas y subir hasta la meseta; también estaba claro que los perros pudieron lograrlo. En aquel mismo lugar pasaron una amarga noche en la que casi no pudieron dormir.

A la mañana siguiente, durante tres horas siguieron como hipnotizados las huellas de los noruegos hasta que se dieron cuenta de que no sólo estaban tan borradas que eran difíciles de seguir, sino que continuaban en una dirección extraña que les estaba sacando de su propia ruta. Es fácil imaginarse cuál sería su estado de ánimo, pero es que, además, de repente todo se confabulaba contra ellos. La temperatura descendió todavía un poco más, hasta 30 oC bajo cero, y la sensación de frío se acrecentó porque volvía a soplar con fuerza el viento del Sur, que les daba de frente, haciendo estragos sobre sus caras ya de por sí dañadas por más de cien días de exposición al sol, al viento y al frío. Wilson, siempre fiel observador de las condiciones físicas de sus compañeros, comentaría en su diario que especialmente «Oates, Evans y Bowers tienen fuertes síntomas de congelación en nariz y mejillas» (Cherry-Garrard, 2008: 820). Después de avanzar 15 kilómetros hicieron un alto para comer y dar un respiro a Evans, que tenía problemas con sus manos debido al frío.

Luego, siempre bajo un viento frío cargado de humedad que les penetraba hasta los huesos, continuaron avanzando y, tras hacer otros 13 kilómetros, acamparon donde según sus cálculos se encontraba el Polo.

 

La amargura del momento soñado

«Miércoles 17 de enero. ¡El Polo! Sí, pero en condiciones tan distintas a las que nos habíamos esperado!» Así comenzaría Scott sus anotaciones en el diario esa noche; luego, después de narrar los acontecimientos del día, diría: «¡Dios santo! Es un lugar espantoso, y más para nosotros que

hemos sufrido horrores para llegar hasta aquí sin obtener la recompensa de ser los primeros». A continuación pareció reponerse del impacto emocional y continuaría más animado: «Bueno, hemos llegado y el viento puede que mañana sea nuestro aliado» (Scott, 2006: 376), pensando en que a la vuelta les daría en la espalda, empujándoles y ayudándoles a avanzar.

Curiosamente, esa noche sus entradas en el diario terminarían con una frase que no parece propia de una persona abatida y resignada a su suerte, sino todo lo contrario, de una persona combativa y animosa que, incluso en esos difíciles momentos en los que reconoce que se le han adelantado, todavía vislumbra el poder de los medios de comunicación y es consciente de que, si fuera capaz de regresar a la civilización y dar antes que Amundsen la noticia de que se ha llegado al Polo, el sentimiento de admiración y de orgullo de la gente sería para la gesta en sí misma, no sólo para el primero en haberlo logrado. Así, escribiría con un espíritu competitivo, digno de admirar considerando las circunstancias en que se hallaba: «Ahora nos toca regresar en una lucha desesperada por ser los primeros en dar las noticias. Me pregunto si lo lograremos» (Scott, 2006: 377).

Esa noche realizaron diversas medidas al Sol, que seguía luciendo sobre sus cabezas sin ocultarse, para calcular con precisión el punto donde se encontraban. Después de hacer los cálculos descubrieron, como también les sucedió en su momento a los noruegos, que no estaban sobre el Polo sino que éste se encontraba a unos seis kilómetros siguiendo la dirección que traían. Precisamente hacía unas horas que, en aquella dirección, la privilegiada vista de Bowers había visto algo que no podía precisar pero que bien podría ser un mojón o una tienda.

Al día siguiente, antes de regresar, decidieron ir hasta el nuevo punto que habían calculado para el Polo y plantar allí la bandera británica. Mientras avanzaban en la dirección calculada pasaron tan cerca del objeto visto por Bowers –identificado claramente como una tienda– que, aunque su presencia era un recordatorio de su derrota, se acercaron hasta él. Allí tomaron varias fotografías, Wilson dibujó unos bocetos, pese a que estaba a 30 oC bajo cero y las manos se le quedaban heladas, y encontraron en el interior de la tienda las dos cartas que había dejado Amundsen, la primera para su monarca Haakon VII y la segunda, en inglés, dirigida a Scott. Al abrirla leyó:

Estimado capitán Scott, como usted será probablemente el primero en llegar hasta aquí después de nosotros, ¿puedo pedirle que envíe la carta adjunta al rey Haakon VII? Si los equipos que hemos dejado en la tienda pueden serle de alguna utilidad, no dude en tomarlos. Con mis mejores votos, le deseo un feliz viaje de regreso. Reciba un cordial saludo. Roald Amundsen.

Se sorprendieron de que no hubiera dejado también una descripción de la ruta que habían seguido hasta el Polo, aunque no podían saber que lo había hecho en la carta que iba dirigida a su soberano. Con curiosidad observaron el material que habían dejado los noruegos pero, aun habiendo varias prendas de abrigo, no se llevaron nada, únicamente Wilson cogió alcohol metílico que podría necesitar para curas. Finalmente, Scott dejó en el interior de la tienda una nota informando de su paso y después reanudaron su marcha hacia lo que consideraban que era el auténtico Polo Sur[5].

 

Las fotos más tristes de la historia

Al llegar al lugar donde habían calculado que estaba el Polo, que distaba apenas un par de kilómetros de Polheim, acamparon para comer, levantaron un mojón y sacaron por fin su bandera, a la que Scott con tristeza y con cierto tono de culpabilidad se referiría como «nuestra pobre y desairada bandera» (Scott, 2006: 377). De este instante son las conocidas fotos de su llegada al Polo, en las que sus caras reflejan el gran desencanto que sentían. Pocos testimonios en la historia logran transmitir mejor la amargura de la derrota que esas imágenes. Hacía unas pocas semanas cinco hombres acababan de vivir allí mismo momentos de alegría y orgullo, y ahora otros cinco hombres, como en el anverso de la moneda, vivían momentos de tristeza y frustración. Paradójicamente los dos grupos habían tenido que recorrer similares distancias, desafiar parecidos peligros y realizar esfuerzos al menos semejantes. Unos estaban ya volviendo a su base con la euforia del deber cumplido y esperando los laureles del triunfo y el reconocimiento de su entorno inmediato, de todo su país y del mundo entero; otros tenían que encarar el mismo regreso, pero no como portadores de la victoria sino sintiendo la desilusión de no haber sido capaces de ser los primeros.

Sin lugar a dudas, Scott había obrado sabiamente cuando no quiso aceptar el desafío que parecía implicar el telegrama de Amundsen. Durante casi un año había tratado de no considerar aquello como una competición y así lo había dejado por escrito en varias ocasiones; una de ellas en septiembre: «Aun en el caso de que Amundsen llegase al Polo antes que yo, mi expedición no dejaría de ser considerada como una de las más importantes realizadas en las regiones polares» (Scott, 2006: 286). Un mes después escribiría:

«Cualquier tentativa de lanzarme a una carrera de competencia con Amundsen pondría en peligro mi propio proyecto. A fin de cuentas no he venido al Sur para eso» (Scott, 2006: 302).

Sin embargo, toda su racionalidad y la de sus hombres se vino abajo cuando comprendieron que Amundsen se les había adelantado. El espíritu competitivo del ser humano, gracias al cual es posible que hayamos llegado hasta donde estamos en la larga marcha de la evolución, parece estar más arraigado en los genes que el hecho racional de entender que esfuerzos similares deberían llevar emparejadas recompensas similares, sin importar demasiado quién haya llegado ligeramente antes. Pero así es la humanidad, y de ahí el rostro de pesar de Scott y de todos sus compañeros.

En aquellos momentos Amundsen se encontraba a tan sólo 300 kilómetros de Framheim y Scott, con total sinceridad, volvería a escribir en su diario: «Bien, acabamos de dar la espalda al objeto de nuestras ambiciones y debemos enfrentarnos a 1500 kilómetros de ininterrumpido arrastre del trineo. ¡Adiós a nuestras fantasías!» (Scott, 2006: 378).

 

Javier Gómez Cacho, Amundsen - Scott, duelo en la Antártida: La carrera al Polo Sur

 

[5] Cálculos posteriores más precisos realizados con los datos originales de las observaciones al Sol de noruegos y británicos (Hinks, 1944: 8), señalarían que ninguno de los dos había localizado con precisión el Polo, quedándose ambos a un par de kilómetros de él (Amundsen se quedaría a 2,7 y Scott a 1,7 kilómetros). Aunque, evidentemente, eso no desacredita para nada la gesta que realizaron.

 

"Los expedicionarios británicos ante la tienda de los noruegos en el Polo Sur Geográfico, un mes después de la llegada de Amundsen"

 

 "Pocas fotografías han sabido captar el amargo sabor de la derrota como esta del equipo británico al llegar al Polo Sur"