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Amundsen alcanza el Polo Sur (14-17 de diciembre de 1911)


 

"Oscar Wisting, Sverre Hassel, Helmer Hanssen y Roald Amundsen (de izquierda a derecha) en «Polheim», la tienda erigida en el Polo Sur el 16 de diciembre de 1911. La bandera en lo alto es la de Noruega; mientras que la de abajo lleva el nombre de «Fram». Fotografía de Olav Bjaaland."


 

 

Amundsen alcanza el Polo Sur (14-17 de diciembre)

 

Los ocho kilómetros que los separaban del Polo se convirtieron en una tortura para los noruegos, deseosos de poner a sus perros a correr y salvar lo antes posible la distancia que les quedaba para alcanzar su objetivo. Para Amundsen, que encabezaba la fila, la tensión todavía era mayor y no podía dejar de escudriñar el horizonte en busca de algo que destacase sobre aquella llanura infinita y que señalase el paso de los británicos. Por la fecha sabía que eso no era posible, puesto que se habían adelantado en varios días a los planes más optimistas de Scott; además no creía que éste, con sus caballos, hubiera podido superar el ritmo de sus perros. Sin embargo, el temor y la incertidumbre siempre conviven en el ser humano con la seguridad y el valor. Por otra parte, Amundsen se jugaba mucho en esta aventura.

Sobre las tres de la tarde del 14 de diciembre de 1911, el grito de «Alto» de sus compañeros le hizo detenerse. Un rápido reconocimiento a su alrededor le proporcionó la evidencia de que habían sido los primeros en llegar al Polo Sur: lo habían logrado. Un extraño sentimiento se apoderó de Amundsen; durante los últimos dos años había soñado una y otra vez con el instante en el que alcanzaría uno de los dos puntos más ansiados por los exploradores: el Polo Sur Geográfico, y, justo en ese momento, también era consciente de que su sueño de niño y de joven, su deseo más fuerte hasta hacía bien poco tiempo, no era ése. Con una mezcla de honestidad, algo de cinismo y de humor escribiría: «Seguramente nunca un hombre se ha enfrentado, como me pasaba a mí, al hecho de haber alcanzado algo diametralmente opuesto a aquello con lo que ha soñado. Las regiones del Polo Norte –sí, el mismísimo Polo Norte– me habían atraído desde mi juventud, y heme aquí, en el Polo Sur. ¿Cabe imaginar mayor despropósito?» (Amundsen, vol. II, 2001: 121).

Sin embargo, no era momento para reflexiones. Lo habían conseguido y todos se reunieron para felicitarse mutuamente por el éxito de la empresa y desplegar su bandera. Durante unos minutos, llenos de orgullo, de respeto y de recuerdos, no pudieron apartar los ojos de aquel símbolo de su país, de la tierra natal que había logrado su independencia hacía tan poco tiempo. El murmullo de la seda agitada con la brisa de la meseta polar, y sus vivos colores que contrastaban con la blancura del paisaje, debió de tener un efecto hipnótico sobre ellos. El momento culminante llegó cuando Amundsen decidió que ese acto histórico de plantar la bandera tenía que ser realizado por todos ellos: «No a uno solo, sino a todos por igual correspondía aquel honor, puesto que todos habíamos empeñado la vida en esa lucha. Sólo de este modo pensé que podía demostrar a mis compañeros mi gratitud» (Amundsen, vol. II, 2001: 122).

Cinco manos curtidas por el viento y el frío levantaron el bastón de esquiar, que hacía de improvisado mástil de la bandera, y, con una solemnidad que únicamente se puede conseguir en un acto de estas características, clavaron por primera vez la insignia de un país en el Polo Sur Geográfico.

De inmediato, como si quisieran ocultar aquella emotiva manifestación de sentimientos y patriotismo, regresaron a su actividad habitual. Amundsen lo justificaría diciendo: «Estas regiones no se prestan a largas y solemnes ceremonias; cuanto más breve, mejor» (Amundsen, vol. II, 2001: 122). Así que comenzaron a montar el campamento. Esa noche la tienda era una fiesta, y entre risas marcaron todos los objetos que llevaban consigo con las palabras «Polo Sur» y la fecha. Con total naturalidad, el tabaco, que hasta entonces estaba prohibido, hizo su aparición y Amundsen, a quien le gustaba fumar, fue el primero en agradecerlo.

 

Rodeando el Polo

Cuando se aproximaba la medianoche, y puesto que el Sol estaba las veinticuatro horas sobre sus cabezas, decidieron hacer una observación solar para recalcular su posición; el resultado fue que todavía no estaban en el Polo, que se encontraban a 89o56’ S. Puesto que para obtener una medida exacta de su posición necesitarían varias horas de cálculos al Sol, y como no estaban seguros de si el tiempo seguiría despejado, recurrieron a un método más expeditivo de asegurar que cumplían su objetivo: recorrer los alrededores para garantizar que el Polo quedase dentro del área pisada por alguno de ellos.

La razón de este comportamiento, aparentemente tan desconfiado, hay que buscarla en la enconada disputa entre Cook y Peary sobre quién había llegado y quién no al Polo Norte. Amundsen, preocupado por que pudiera pasarle una cosa similar con Scott, decidió que, desde donde se encontraban, tres de sus hombres se alejasen esquiando 20 kilómetros en tres direcciones diferentes, la primera en la prolongación de la marcha y las otros dos en direcciones perpendiculares a derecha e izquierda. En principio lo iban a hacer al día siguiente, después de levantarse, pero entre que la excitación no les dejaba dormir y que el tiempo era bueno, los tres optaron por comenzar de inmediato. De ese modo, después de haber recorrido aquel día 30 kilómetros, a las dos de la madrugada se lanzaron a recorrer otros 40 kilómetros entre ida y vuelta, sin ni siquiera la ayuda de una brújula, pues las que llevaban eran muy precisas pero también muy grandes y pesadas, y sólo se podían transportar en los trineos.

Más tarde, el prudente y cauteloso Amundsen, que salvo momentos excepcionales siempre se había caracterizado por tratar de evitar el más mínimo peligro que se pudiese prever, escribiría que esa noche tanto él como sus compañeros asumieron un gran riesgo al alejarse por aquel desierto helado sin más orientación para la vuelta que la posición del Sol y sus huellas sobre la nieve, ya que al primero lo podrían ocultar las nubes en cualquier momento y las segundas podrían desaparecer en cuanto se levantase algo de viento, condenándoles a errar por la meseta hasta encontrar la tienda o la muerte.

Mientras sus tres hombres se lanzaban al peligro, él y Helmer-Hanssen, aprovechando que el cielo seguía despejado, empezaron a hacer medidas al Sol cada hora para poder calcular mejor el círculo de latitud donde se encontraban y, lo más importante, la dirección a seguir para alcanzar el Polo en caso de que no estuviesen sobre él. Después de ocho horas de marcha regresaron sus compañeros, prácticamente al mismo tiempo. Cada uno de ellos había clavado al final de su recorrido uno de los patines de repuesto de los trineos, que tenían cuatro metros de largo, en cuyo extremo superior habían atado un trozo de tela oscura y donde habían sujetado un papel indicando la posición donde estaban acampados.

 

Polheim, el hogar del Polo

Los resultados de las observaciones les indicaron que todavía se encontraban a unos 10 kilómetros de su objetivo y, pese a que eso significaba que el Polo estaba dentro del área que habían recorrido los esquiadores, decidieron, puesto que el tiempo seguía siendo bueno y tenían reservas de comida para dieciocho días, seguir hacia allá al día siguiente. Así, el 16 de diciembre, después de abandonar un trineo, dividir los dieciséis perros que les quedaban entre los dos trineos restantes y redistribuir las provisiones y equipos, hicieron su última marcha hasta el Polo. Una vez alcanzado acamparon de nuevo y lo prepararon todo para volver a tomar medidas al Sol cada hora, esta vez durante un día completo. El resultado fue que no se encontraban exactamente en el Polo Sur, pero sí tan cerca como el error de los instrumentos podía indicar y, con la satisfacción del deber cumplido, comenzaron a preparar todo para el regreso a Framheim y luego a casa. Sobre sus cabezas, el Sol mantenía, a simple vista, la misma altura sobre el horizonte.

Esa noche Bjaaland sorprendió a todos pronunciando un pequeño discurso, al término del cual, precisamente él que no fumaba, sacó una caja de puros que había llevado para la ocasión. Después de que todos cogieran uno todavía quedaban tres, lo que según algunos biógrafos fue el particular, y secreto, homenaje de Bjaaland a los tres compañeros que esa noche deberían haber estado con ellos. Luego le dio la caja con los restantes a Amundsen «en recuerdo del Polo» (Bomann-Larsen, 2006: 108), quien no debió de darse cuenta de esta sutil insinuación dado que escribió que guardaría ese regalo «como un símbolo de aprecio de mis compañeros» (Amundsen, vol. II, 2001: 132).

 

A la mañana siguiente montaron una pequeña tienda que llevaban de repuesto, en cuya parte superior colocaron una bandera noruega y un banderín del Fram. Para su sorpresa, al montar la tienda encontraron que sus compañeros del barco habían cosido a la tela unos trozos de piel con mensajes de ánimo, entre ellos un «Bienvenidos a 90o S». En el interior de la tienda dejaron diversos instrumentos y material de abrigo y Amundsen preparó dos cartas: la primera, una sucinta narración de su viaje dirigida a su rey, que dejó en previsión de que les sucediese alguna tragedia durante el regreso; la otra estaba dirigida a Scott.

Después de recoger el campamento abandonaron aquel lugar con el que tanto habían soñado y al que denominaron Polheim (la casa del Polo). El chasquido del látigo volvió a poner en marcha los trineos y comenzaron a alejarse en dirección Norte; habían terminado la mitad de la aventura, ahora tenían por delante la otra mitad, el regreso, que podía ser tan peligroso o más que la ida. Según se iban alejando, volvían sus cabezas una y otra vez para ver cómo disminuía en la distancia aquel lugar, aparentemente igual a cualquier otro en cientos de kilómetros a la redonda, pero todo un símbolo para el ser humano en su búsqueda por alcanzar lo más recóndito, misterioso y peligroso.

 

Javier Cacho Gómez, Amundsen-Scott: Duelo en la Antártida

                  

Libro

 

In memoriam

 


 

El 14 de diciembre de 2011 se cumplieron 100 años del descubrimiento tanto del polo magnético como del polo geográfico de la Antártida. Hazaña que fue realizada por la Expedición Amundsen, lidereada por Roald Amundsen, imposible de llevar a cabo con éxito sin la imprescindible ayuda de los perros de trineo.


En la conmemoración de dicho centenario, en su momento, Marcelino Perelló Valls hizo un notable comentario al respecto a través de la radio.


14 dic 2011

Buenos Días

por Héctor Martínez Serrano

Radio Centro 690 XEN-AM

México, DF