Antártida

 

 

Ella se acurrucó contra él y rápidamente se durmieron, el adorable sueño de niños, y se despertaron en la oscuridad, hambrientos.

Mientras él se hacía cargo de la cena, ella se sentó en el sofá, con el gato en el regazo, y miró un documental sobre la Antártida, millas de nieve, pingüinos que arrastraban las patas con vientos bajo cero, el Capitán Cook navegando en busca del continente perdido. Él se apareció con una servilleta en el hombro y le ofreció una copa de vino helado.

—Tú —le dijo— tienes algo con los exploradores. —Y se inclinó sobre el respaldo del sofá y la besó.

—¿Con qué te ayudo? —preguntó la mujer.

—Con nada —respondió él y volvió a la cocina.

Ella bebió su vino y sintió cómo el frío le bajaba por el estómago. Lo podía oír cortando verduras, el hervor del agua sobre la hornalla. El olor de la cena flotó por los cuartos. Coriandro, jugo de lima, cebollas. Podría seguir borracha; podría vivir así. Él volvió y dispuso los cubiertos en la mesa, encendió una vela verde y gorda, dobló las servilletas de papel. Se veían como pirámides pequeñas y blancas, bajo la vigilancia de la llama. Ella apagó el televisor y acarició al gato. Su pelo blanco cayó en la bata azul oscura, de talla mucho más grande que la suya. Vio el humo del fuego de otro hombre del otro lado de la ventana, pero no pensó en su marido, y su amante tampoco mencionó la vida hogareña de ella ni una vez.

En cambio, con ensalada griega y trucha grillada, por alguna razón la conversación tuvo al infierno como tema.

De niña, le habían dicho que el infierno era diferente para cada persona, la peor de las situaciones posibles que uno imaginara.

—Siempre pensé que el infierno sería un sitio insoportablemente frío, en el cual una estaría medio congelada, pero sin perder la conciencia y sin sentir verdaderamente nada —dijo la mujer—. No habría nada, salvo un sol frío y el diablo, allí, mirándote.


Claire Keegan, Antártida

Cuento

La canción de las focas de Weddell

 

 


La calma es extraordinaria, es la naturaleza en reposo, una naturaleza extraña, feroz y suave al mismo tiempo, con colores en perpetuo cambio que hacen que este grandioso paisaje varíe infinitamente.

Cierro los ojos y los gritos de las gaviotas y cormoranes, idénticos en todas las latitudes, me devuelven a otro soleado mes de septiembre, allá, en las costas de Francia ... pero cuando abro los ojos el sueño se desvanece.

Y de repente una extraña canción en la calma de esta noche se eleva a la orilla del mar, una especie de gorgoteo, como un líquido que sale de una gran botella de cuello estrecho, luego un silbido lento y modulado, finalmente un gemido largo y muy suave que se va. La misma canción responde al primero y al tercero aún más. Estas son las focas de Weddell cantando así. La impresión es extraña, triste y deliciosa a la vez, las canciones se repiten con su dulzura y su encanto, inmóviles y silenciosos escuchamos, impregnados de todas las sensaciones impuestas por esta naturaleza misteriosa.

¿No son las sirenas del divino Ulises, gran gloria de los Akhaiens, que huyeron de la civilización invasora para refugiarse en este mundo donde se encuentran templos de cristal puro, cuevas de hadas, arrecifes "cuyo pico agudo» alcanza el alto Urano, que una nube azul envuelve constantemente y cuya serenidad nunca baña las cumbres, ni en verano ni en otoño”, donde se vive en medio de los terrores y de la dulzura de la mitología?

Mientras que estas extrañas melodı́as se continúan, "Helios cayó y los valles y el mar están llenos de sombras".

 

Jean-Baptiste Charcot, El Pourquoi-pas? en la Antártida

 

 

Fragmento tomado del documental Encounters at the End of the World de Werner Herzog:

 
 
 

Video de RT en español:


 

Antártica


 

LA VIRGEN DE LOS HIELOS

 

En este continente blanco y de la muerte, alguien vive. Sus habitantes se agitan, teniendo por medio el hielo y la soledad.

Desde su centro se expresa eternamente con el frio en forma despiadada y feroz.

En la Antártica se apoderan de los hombres los pensamientos obsesionantes y los terrores, es el abrazo de La Virgen de los Hielos, que domina entre el viento y la nieve.

El hombre, frente a un medio totalmente distinto al propio, reacciona en forma increíble, padeciendo las más absurdas dificultades.

Empieza a perder la vivacidad. El silencio, la hosquedad, tristeza muda como de roca y finalmente el aullido lastimero que da rienda suelta a su desequilibrio provocado por el ambiente.

Librado de los brazos de La Virgen de los Hielos, vuelve a su normalidad o anormalidad latente desatada con el medio.

 

Oreste Plath, Geografía del mito y la leyenda chilenos

Libro (págs. 389-399)

 

 

La Antártida como mito y como realidad

 

 

Es la Antártida uno de los mundos más extraños para nosotros. Más que un trozo del planeta sometido a leyes en el fondo análogas a las que rigen el mundo que de ordinario nos envuelve, pudiera tomársele por el producto de una poderosa y voluble imaginación proyectada sobre un vasto escenario. En los capítulos precedentes hemos visto cómo el hombre tuvo que poner en juego todos sus recursos intelectuales, físicos y morales para penetrar en estas desiertas soledades del planeta, en donde no crece una sola de las plantas que pueblan nuestros bosques y praderas. Con la excepción de sus contornos, sobre este continente de más de 14.000.000 de km2 ningún ser se atreve a disputar a las fuerzas físicas, de un modo permanente, la plenitud de su poder.

 

Pero esto no ha ocurrido siempre. Como tuvimos ocasión de señalar, entre los materiales enterrados bajo el escudo de los hielos y las nieves se hallan abundantes testimonios de que en épocas remotísimas de la historia del planeta este escenario muerto estuvo animado por una vegetación rica. Sobre estos árboles de los que sólo quedan huellas fragmentadas habrán cantado los pájaros y los reptiles y otras alimañas habrán trepado por sus troncos, como hoy trepan en otros puntos del planeta. Hay indicios de que el espesor de los hielos de la Antártida, o al menos en ciertos puntos, disminuye de año en año. Así al irrumpir el Discovery en enero de 1902 en el mar de Ross y contemplar los volcanes Erebo y Terror desde el norte, sus tripulantes quedaron sorprendidos, entre otras cosas, de ver sus laderas desnudas de nieve. Los bocetos de estos montes hechos cuando Ross los descubrió no ofrecían indicio alguno que permitiese suponerlos al descubierto. A su regreso a Inglaterra Scott visitó a Sir Joseph Dalton Hooker -el notable viajero y botánico que había acompañado a Ross a la Antártida casi sesenta años atrás en calidad de médico ayudante- entre otras cosas para preguntarle cuál era entonces la apariencia de dichos picos. La respuesta fue que él estaba casi seguro de que las laderas del Terror estaban cubiertas de nieve. Y Scott se pregunta si esta capa de hielo, que se extiende por todas partes, pudo desaparecer de esta región en el plazo comparativamente corto de sesenta años. Pero otros testimonios posteriores tienden a confirmar el supuesto de que los hielos antárticos se hallan en retirada desde hace tiempo, como si estuviésemos asistiendo al retroceso de una glaciación.

José Otero Espasandín, La Antártida como mito y como realidad

Libro

 


 









El Pourquoi-pas? en la Antártida

 

 

 

Al principio las cosas van bien, los icebergs que enfrentamos son grandes y están lo suficientemente espaciados para poder maniobrar a tiempo, pero después de cuatro horas en el mar en plena ebullición, se colocan en todos lados icebergs y bloques de hielo. Los hombres en intervalos cortos deben esperar su turno en el timón, la maniobra continua es agotadora. Siento que soy atraı́do por un torrente invisible en un abismo negro, del cual ignoro el final; sin dejar el megáfono, yo grito órdenes que son contradictorias; estamos navegando en un corredor sinuoso, abarrotado de grandes bloques que deben ser evitados a cualquier precio; en la niebla nos movemos hacia adelante, los icebergs aparecen y desparecen en esta atmósfera cargada, no sabemos si incluso un pasaje se abrirá ante nosotros. La preocupación se convierte en una especie de intoxicación; ya no nos damos cuenta del peligro y de nuestro rumbo, el menor impacto, el menor error de juicio puede convertirse en una catástrofe, se convierte ahora en un deporte. ¿Pasaremos o no pasaremos? El torrente nos lleva, la parte superior de los icebergs que parecen rozarnos nos dominan y los pequeños parecen danzar frente a nosotros. Las horas huyen y en lo desconocido continúa la loca carrera. En este momento, si la cosa más bizarra, más extraña habría estado ante mí no me hubiera sorpendido, pero sólo son masas blancas y barreras que destacan sobre un fondo negro, del cual brota el mar en altos chorros que caen de nuevo sobre el bote y luego desaparece detrás de nosotros.

De repente, frente a mí, el negro abismo se vuelve brillante y dorado, deslumbrante con claridad, aumentando lo extraño, lo inquietante y lo fantástico, dando la impresión de entrar en el paraíso después de salir del infierno. Esta claridad se produce simplemente por el Iceblink1 de una gran placa de hielo a la deriva, y tan pronto como entramos en el pequeño hielo, el mar se calma y el ruido sordo es como un descanso reparador después de las olas rompiendo al pie de los icebergs.

Este hielo flotante se cruza rápidamente, la tormenta todavía sopla, pero el clima se está despejando y los icebergs son cada vez más raros. Me tiro durante dos horas en mi litera, y cuando me despierto me pregunto si esta extraña navegación no fue un sueño.

 

Jean-Baptiste Charcot, El Pourquoi-pas? en la Antártida

Libro


1  Parpadeo del hielo.

Le Français en el Polo Sur

 

 


 

6 de febrero (1905)

 

Con Gourdon, Matha, Pierre, Besnard y Rallier, desembarcamos para hacer unas estaciones hidrograficas, en la pequeña isla que está separada de Wiencke por el canal Peltier.      

Cruzando grietas grandes y profundas lo mejor que puedo, subo con Pierre a la parte superior de esta isla: la vista es magnífica y, con una pequeña punzada en el corazón, veo la isla Wandel.

Entonces, ¿de dónde viene la extraña atracción de estas regiones polares, tan poderosa, tan tenaz, que al regresar de ellas nos olvidamos del cansancio, moral y físico, para pensar sólo en regresar? ¿De dónde proviene el increíble encanto de estas regiones aún desiertas y aterradoras? ¿Es el placer de lo desconocido, la embriaguez de la lucha y el esfuerzo por lograr y vivir allí, el orgullo de intentar y hacer lo que otros no han hecho, la dulzura de estar lejos de la mezquindad? Un poco de todo eso, pero también hay algo más. Durante mucho tiempo pensé que sentía más intensamente, en esta desolación y muerte, el placer de mi propia vida. Pero hoy siento que estas regiones nos golpean, de alguna manera, con una impronta religiosa. En latitudes templadas o ecuatoriales, la naturaleza ha proporcionado sus esfuerzos en un enjambre de vida animal y vegetal, intenso, incansable, todo nace, crece y se multiplica, actúa y muere para ayudarse mutuamente en la reproducción, para asegurar la perpetuidad de la vida. Aquí está el santuario de los santuarios, donde la naturaleza se revela en su formidable poder, como la divinidad egipcia que se cobija en la sombra y el silencio del templo, lejos de todo, lejos de la vida que, sin embargo, crea y gobierna. El hombre que ha podido entrar en este lugar siente que su alma se eleva.

 

Jean-Baptiste Charcot, Le Français en el Polo Sur

Libro 

 

El continente de la luz

 

 

El continente de la luz. Primeras expediciones chilenas en la Antártica.

 

Se trata de un registro fílmico de las 3 expediciones chilenas a la Antártida que ocurrieron entre 1947 y 1949, material que fue resguardado por el INACH (Instituto Antártico Chileno) durante varias décadas, posteriormente recuperado por la Cineteca Nacional a petición del periodista Elías Barticevic. «Rafael Cheuquelaf emprendió la tarea de ordenar y clasificar imágenes que estaban desordenadas y sin descripción. Para ello se hizo un trabajo de investigación, usando como principal referencia el libro "Base Soberanía y otros Recuerdos Antárticos Chilenos" de Oscar Pinochet de la Barra, protagonista y testigo presencial de estas expediciones. El resultado es una película que incluye la música del dúo magallánico LLUVIA ACIDA, con temas de su disco "Antartikos" (Eolo, 2005). Para LLUVIA ACIDA, "estas imágenes son el testimonio de uno de los momentos más importantes e inspiradores de la Historia Chilena del Siglo XX."

 

El continente de la luz. Primeras expediciones chilenas en la antártica (Chile, 2012)

Dirección y edición: Rafael Cheuquelaf

Restauración y digitalización: CINETECA NACIONAL

Transfer adicional: Fernando Calcutta

Posproducción de video: Jaime Jiménez Villar Pablo Ruiz Teneb Digitalización de Fotografías: Jessica Muñoz (Biblioteca INACH)

Música: Dúo LLUVIA ACIDA Temas compuestos por Héctor Aguilar y Rafael Cheuquelaf, incluidos en el disco "ANTARTIKOS" (Eolo, 2007)

Producción Ejecutiva: Rafael Cheuquelaf Elías Barticevic Cristian Valle

Película 

 


 

 


 

 










Observaciones sobre glaciología antártica

 

 

 

VII. Colores glaciales y fenómenos ópticos.

 

Las nieves antárticas no son siempre blancas como pudiera creerse, pues se encuentran extensiones con colores verdes, rojos, ocres y cafés en diversas tonalidades en los campos de nevé y hielos azules en las grietas, barreras y témpanos. Estos fenómenos dan armonía y variedad al paisaje glacial.

Los colores verdes y rojos se deben a la impregnación del nevé de innumerables algas microscópicas; las encontramos en manchas abundantes en la isla Presidente González Videla, especialmente en la puntilla de los Elefantes, en Lockroy y en Melchior. Encontramos también extensiones de colores amarillos, pero creo que éstas se debían a estiércol de pingüino por la proximidad a sus colonias.

En los frentes glaciales y en los témpanos se veían las franjas de hielos azules combinadas con capas intensamente blancas y tal vez se deben a cortes estratificados con diferentes clases de hielo y variedad en la cantidad de burbujas de aire.

Además de estas franjas, las tonalidades verdes y azules en las grietas, frentes glaciales y témpanos tienen que producirse por fenómenos ópticos de reflexión ele la luz y refracción a través de los cristales. Las aguas azules del mar constituyen también un factor.

Sobre las nieves negras de la isla Decepción, que ofrecen un fuerte contraste con el panorama antártico, hemos hablado en el capítulo anterior.

Los fenómenos luminosos del cielo son también interesantes y de hermoso aspecto. Los más conocidos que pudimos constatar son los llamados «ice blink» y que se presentan como resplandores lejanos y difusos de color de amarillo claro en las zonas de islas de hielo, como Snow Hill, y en los témpanos gigantes.

Los amaneceres y crepúsculos presentan en la Antártica una extraordinaria belleza con la más potente manifestación de coloridos en toda la gama del espectro de la luz solar. La refracción de la luz a través de los cristales de las nubes de hielo y la reflexión en los campos terrestres del nevé, producen a veces extrañas combinaciones. Recuerdo en cierta ocasión, mientras navegábamos hacia la bahía Margarita, vimos en el Oeste una enorme cruz luminosa entre las nubes, formada por dos haces de rayos perpendiculares.

Igualmente también se observan comunmente los efectos astronómicos como las coronas de luz o halos y las imágenes repetidas del sol y la luna, fenómenos de espejismos y otros. El 18 de febrero, a las 5 hrs, nos fué dado ver un hermoso fenómeno de imagen invertida del nevado General Cañas Montalva de la isla Presidente González Videla presentando su cono invertido en la mitad de su altura y viéndose por lo tanto como un doble cono rodeado de halos de colores. Creo que fué un espejismo que puede producirse en las zonas de hielo por existencia de capas atmosféricas altas de mayor temperatura que las bajas.

El mismo día, encontrándome solo en el nevado oriental de la isla Greenwich durante una exploración, se me presentó el más extraño de los fenómenos ópticos de origen glacial. Habiendo sido envuelto por una densa nube stratus de cristales de nieve, vi proyectada, a lo lejos, mi propia sombra de enorme tamaño y rodeada de anillos luminosos alrededor de la cabeza. Lo explico como resultado de la proyección de la sombra por la escasa luz difusa del sol que penetraba a través de los cristales de hielo y producía una serie de refracciones. No usaba anteojos oscuros porque no había sol directo y pronto las neblinas invadieron el campo alto durante muchas horas con escasa visión hasta sólo de tres metros, produciéndome un enceguecimiento que me afectó durante dos días.

 

Humberto Barrera V., Observaciones sobre glaciología antártica

Libro

 



 

 


 

Mar del Sur

 

 

Cierto día —corriendo febrero de 1821—surgieron a través de la neblina los picachos de un enorme grupo de islas: todo un archipiélago. Bellinghausen ordenó fondear y aguardó. La emoción y la ansiedad deben haberle paralizado el curso de la sangre. ¡Tierras desconocidas descubiertas para gloria de Rusia y su Emperador! ¡Tierras que nunca nadie había visto antes que él, y que un día, acaso, llevarían su nombre!

Cuando la neblina se disipó, aquella escena iluminóse con la luz deslumbrante e indescriptible del Antártico, esa luz que da al paisaje la nitidez de un mundo recién creado. De las aguas casi inmóviles, de un azul profundo, fantástico, emergían las islas como barrancos vertiginosos, cubiertas de nieve cegadora que dejaba entrever sus rocas partidas por el frío. El silencio era sobrecogedor, como debe serlo en la luna; pero de tarde en tarde se desprendían de los cantiles paredones de hielo que caían al agua con estruendo catastrófico. En las estrechas playas pedregosas, sin asomo de vegetación, los pingüinos permanecían indiferentes, con sus fracs impecables y su solemnidad de prohombres; en el mar, las focas dormitaban sobre pequeños tempanitos mecidos por el oleaje; en el aire, pájaros de todos los tamaños, formas y colores revoloteaban al acecho de los peces desprevenidos.
 
Y había algo más. A lo lejos, en el horizonte, una cordillera de cumbres puntiagudas se extendía de noreste a suroeste hasta donde alcanzaba el campo visual, esto es, a cien millas por lo menos, porque en la atmófera antártica, absolutamente transparente, se ve todo a distancias que asustan. Era una cosa así como los Andes elevándose directamente desde el océano; lo más asombroso que los ojos humanos hubieran visto. No ya una isla, sino un continente, el Sexto Continente del mundo . . .

Pero aquella contemplación maravillada no duró más que unos pocos minutos. Con exclamaciones y gestos atónitos, los expedicionarios repararon de pronto en algo que no vieron al comienzo y que jamás esperaron encontrar allí. ¡Un barco! Un diminuto barco pintado de gris, de un solo mástil, que estaba al ancla a una milla del Vostok. Un cúter de cuarenta y cuatro toneladas, que lucía la bandera de Estados Unidos y en cuya popa se leyó con los catalejos: Hero-Stonington...

Cuando la abrumadora sorpresa hubo pasado, el comodoro ruso botó al agua su lancha de servicio para que el patrón del barquichuelo se sirviera pasar a bordo de su buque. Una hora después, Nathaniel Brown Palmer, de veinte años, estrechaba la mano del aturdido Bellinghausen.

—¿Qué hace usted aquí?

—Cazando focas.

—¿Desde cuándo?

—Desde hace dos años.

Y el muchacho informó que su jefe, Pendleton, se hallaba en las Shetland, a pocas millas de allí, con sus otras cuatro goletas, mientras él exploraba en busca de nuevos rebaños.

El archipiélago en que tenía lugar el encuentro extendíase entre 64° S. y 60° y 63° O. Los buques de Pendleton habían llegado ahí en viaje directo, mientras los de Bellinghausen daban su rodeo de miles de millas en torno al casquete polar.

¡Y yo que creía haber descubierto estas tierras!—exclamaba el ruso—¿Qué irá a decir mi augusto soberano cuando sepa que he sido derrotado por un mocito, en una embarcación apenas más grande que mi bote de desembarco?          

—Yo sólo vine a cazar focas-—decía Nathaniel

Nunca pareció darse cuenta de la magnitud de su involuntaria hazaña. Célebres navegantes, como Juan Fernández, Mendaña, Fernández de Quirós, Roggeveen y Cook, habían registrado el Pacífico buscando el galardón de un gran descubrimiento; y he aquí que él, un buen día, sin quererlo ni pensarlo, «cazando focas», tropezaba con un continente. Era el único hombre, después de Colón, que había hecho tal cosa. Y no le daba importancia.

—Si desea ir a las Shetland—-dijo—yo puedo servirle de práctico.

Como un hidalgo del mar, el explorador aceptó el ofrecimiento sin sombra de amargura. Y en un gesto magnífico, que sus connacionales han tergiversado puerilmente después, le dijo estas palabras:

—Estas islas que usted ha descubierto, yo las llamaré en adelante, en su honor, Archipiélago de Palmer.

Y así se llama todavía.

  

Enrique Bunster, Mar del Sur (miniaturas históricas)

Libro

Antártica

 



 

ANTARTICA

 

ANTARTICA, corona austral, racimo

de lámparas heladas, cineraria,

de hielo desprendida

de la piel terrenal, iglesia rota

por la pureza, nave desbocada

sobre la catedral de la blancura,

inmoladero de quebrados vidrios,

huracán estrellado en las paredes

de la nieve nocturna,

dame tu doble pecho removido

por la invasora soledad, el cauce

del viento aterrador enmascarado

por todas las corolas del armiño

con todas las bocinas del naufragio

y el hundimiento blanco de los mundos,

o tu pecho de paz que limpia el frío

como un puro rectángulo de cuarzo,

y lo no respirado, el infinito

material transparente, el aire abierto,

la soledad sin tierra y sin pobreza.

Reino del mediodía más severo,

arpa de hielo susurrada, inmóvil ,

cerca de las estrellas enemigas.

 

Todos los mares son tu mar redondo.

 

Todas las resistencias del océano

concentraron en tí su transparencia,

y la sal te pobló con sus castillos,

el hielo hizo ciudades elevadas

sobre una aguja de cristal, el viento

recorrió tu salado paroxismo

como un tigre quemado por la nieve.

 

Tus cúpulas parieron el peligro

desde la nave de los ventisqueros,

y en tu dorsal desierto está la vida

como una niña bajo el mar, ardiendo

sin consumirse, reservando el fuego

para la primavera de la nieve.

 

Pablo Neruda

Libro

Terra Australis

 

 

BAHÍA DE LA ISLA NENY, MARZO 8 : La prisa de ir a tierra nos congregó a hora temprana; la curiosidad, la inquietud de conocer, hacían cosquilla en el ánimo. Bajamos en la primera embarcación, y por entre tempanillos y carámbanos fuimos a tocar en las playas de la Isla Stonington. Ante nuestra vista, con las casas inglesas en segundo plano y el decorado soberbio de serranías y ventisqueros, veíamos docenas de perros lapones encadenados, a prudente distancia unos de otros, que saltaban ladrando en dinámico concierto. A no más de dos cuadras, por campos de hielo, salpicados de pedruscos, estaban los edificios de la Base del Este, donde Byrd realizó una de sus campañas australes, teatro de dramática aventura. Componíase el conjunto de cinco casas de madera instaladas en vecindad, capaces, por su estructura y firmeza, de resistir los vientos inclementes que en toda época soplan: una, mayor, servía de dormitorio, con departamento de botica; en otra se hallaba el comedor, con anexos de despensa y cocina; en una tercera, la biblioteca y sala de esparcimientos, dotada de máquina cinematográfica con proyector; en sala próxima estaban las instalaciones de radio, que debieron ser poderosas. Había un pabellón para máquinas, cerrajería y repuestos. A escasa distancia, el hangar donde todavía se guardan los tractores ya herrumbrosos y un aeroplano anticuado.

En esas instalaciones, cómodas y hasta agradables, en que nada faltaba y donde la camaradería y el común ánimo de trabajo y sacrificio creara, sin duda, calor de hogar, permanecieron los hombres de Byrd desde 1940 hasta fines del verano antártico de 1941, unidos con su patria por frecuentes comunicaciones de radiotelefonía. Todo un invierno de ruda actividad había transcurrido bajo el comando de Black, y los veintiséis hombres que allí se encontraban esperaban el retorno del almirante cuando una súbita formación de pack-ice los aisló, amenazándolos con la tortura de un segundo invierno para el cual los ánimos no se hallaban preparados. El buque auxiliador que iba a rescatarlos halló un sitio de aterrizaje en la Isla Mikkelsen, a ochenta y cinco millas de distancia. En la Base del Este, entretanto, los hombres veían acortarse los días y crecer las zozobras, bajo el golpe de los blizzard; hora a hora, minuto a minuto, el operador radiotelefónico transmitía al barco el clamor de aquel grupo humano sobre el cual gravitaba el fantasma de la noche polar. Despejaron una pista de despliegue con el ansia con que se alistan las lanchas de salvamento, y puesto el oído en los receptores aguardaban el llamado. Este llegó por fin y la voz de prepararse puso frenesí en los ánimos. Cada hombre se proveyó de lo esencial, abandonando libros, vestidos, objetos, recuerdos: en la prisa hubo quienes olvidaron hasta las cartas de sus madres, dejando en la pared de su litera el retrato de la novia, de la compañera o del hermano. Un biplano, en dos grupos y en dos viajes, los llevó sanos y salvos, salvándose también siete cachorros de trineos y un ave de especie rara que el biólogo de la Institución Smithsoniana, Mr. Herwill Bryan, había capturado para el Zoológico de Washington, según el relato inserto en "The Washington Evening Star".

Cabe imaginar la angustia de pánico de esos hombres que sentían, no ya la fascinación de las soledades infinitas que anima a los exploradores, sino el terror humano de la noche polar, antídoto de ese vértigo que es el abrazo de la Virgen de los Hielos, de que nos habla Andersen.

Partieron y, con excepción del tiempo en que la ocuparon los ingleses, la base ha permanecido hasta hoy abandonada. Junto a una pizarra, escrito sobre la pared, quedó un comunicado de B. Black, con fecha 22 de marzo de 1941; otro expedicionario, que no dejó su firma, puso este mensaje cordial: "¡Bien venido, visitante! Aproveche de lo que aquí encuentre, pero, por favor, envíeme mi baúl y valija a la dirección que se indica". No sé si alguien cumplió lo pedido, pero la invitación encontró, sin duda quienes la aceptaran...

Dentro de lo pintoresco de esta aventura que, se detuvo al borde del drama, el comandante Cordovez registra en su obra sobre la Antártida una anotación que nosotros no ubicamos en nuestras visitas: "Esperamos que cuando caigan las sombras de la noche, aquí sólo se ha de escuchar el tictac de los relojes" . El del dormitorio continúa marcando las dos veinte. El señor Cordovez, con mayor fortuna que nosotros, vio en la litera de uno de esos hombres valerosos, pioneros de la cultura y de la geografía, dos pequeñas banderas cruzadas en sus astas: ¡una de ellas era la de Chile!

Con emoción contenida penetramos a esos recintos, que debieran constituir un museo antartico. La casa-dormitorio, vasta y cómoda, hallábase en el mayor desorden: las literas desnudas, ropas caídas por el suelo en tremendo hacinamiento; botas, zapatos, vestiduras. En la gran mesa central, libros, instrumentos, objetos, cajas abiertas de tabaco, libretas, páginas escritas del último trabajo ... En las paredes había fotografías, láminas, dibujos; la nota familiar e íntima que nos aisla del tiempo y sólo en nosotros y para nosotros existe . . .

En el pabellón-comedor el desorden era menos grande, si bien doquiera se advertía la huella de premura. La máquina proyectora estaba allí, privada de su lente principal, y cerca un tambor de la última película exhibida. El gabinete de las instalaciones de radio, aparentemente dañado por la acción del tiempo, se encontraba privado de piezas vitales a juicio de nuestros técnicos.

Cerca hay una laguna interior y un ventisquero con grietas enormes; la nieve es fofa, el suelo aparece surcado de quebraduras apenas cubiertas. Desde los enrocados, que surgen a pequeña altura, disfrutamos anchamente del paisaje, bajo cielo de alto techo de nubes, sin viento, aguijoneados por leve brisa que ante es acicate y alegre ímpetu que estorbo.

Volvemos en la tarde. El motor de la lancha se detiene en mitad del trayecto; y, aun cuando lleva exceso de gente, tan sereno está el mar que nadie experimenta la menor inquietud. Vamos surcando una sabana de cristales de hielo.

Los edificios de la Base del Este, centro de la curiosidad general, se llenan de nuevo de gente que quiere ver y palpar. Recorro las salas de este museo viviente, que la próxima expedición norteamericana desmantelará tal vez, para tornarlo todo a su objetivo anterior, y presencio escenas y dichos pintorescos, peculiares a la naturaleza íntima de nuestro pueblo, que hacen aflorar la sonrisa a los labios. No eran pocos los que ansiaban llevar un "recuerdito", pero el teniente Maydl anunció secamente que nadie podría tomar ni una brizna de paja. A continuación de lo cual, establecido que fué un severo control, el comodoro Guezalaga dispuso que varios hombres procedieran a limpiar los pabellones y a poner orden en todo. Cuando nos retiramos, aquello no parecía conocible: habíamos encontrado un estable cimiento saqueado, o, al menos, en completo abandono y destrucción, y lo dejábamos en orden que hacía honor a las tradiciones disciplinarias de la Marina de Chile.

Lenta y leve, deslizándose en sueño de nieve, fué avanzando la noche sobre el paisaje. En la bahía tranquila surgían icebergs azules; los picachos se doraban sutilmente, como si hubiesen aprisionado los escasos rayos de sol que hubo en el día; los peñones cobrizos se ahitaban de sombra y la lejanía, cubierta de cendal de bruma, se ponía en tono de Corot. Íbamos silenciosos en la lancha, como si las almas quisieran ponerse a diapasón con el paisaje; ningún otro ruido, aparte del motor y de la quilla en los cristales, turbaba la serenidad inquietante. HacIa el Sur, el Polo Austral, cuya orilla más lejana tocábamos, el Polo con todo su potente caudal de sugestiones, traducido en lenguaje que puede ser entendido por la gente chilena que es de montaña y mar bravios, gente (valga la figura) cuyos pies tocan por natural disposición en el Océano que baña nuestro inmenso litoral y cuya frente alguna vez se eleva a las alturas. Litoral inmenso, decimos, cuyo natural emplazamiento geográfico va desde el Morro de Arica, que por mandato de Vicuña Mackenna no soltaremos nunca, hasta nuestro cuadrante polar, que la voluntad de un pueblo maduro en experiencias nos ordena defender a la luz de títulos inobjetables. (El ser o no ser de Hamlet es para nosotros ser, voluntad de ser, imperiosa necesidad de ser. La historia se teje en la sombra, dicen, sin que aparentemente podamos controlarla, pero antes se hace carne y substancia en espíritus humildes, en gente del común, en pueblo vivo. Y es ahí donde realmente se forja.)

Paseo por los puentes solitarios, me apoyo en las amuras, en ansia de comulgar con el alma oculta de esta Antártida vestida de nieves que batirán los soles de otras edades y habitarán en plenitud hombres de tiempos todavía imprecisos. Con el paisaje me fundo en armonía, pero el alma está más allá del paisaje, más allá de nuestra voluntad de saber y captar. El alma sólo el alma de la tierra, el alma de los mares, el alma de los tiempos, sólo puede llegar a nosotros en el país del sueño, sólo puede traernos su mensaje indescifrable cuando nuesntra propia alma logra atravesar las espesas murallas materiales en esos raros momentos de sinceridad en que el espíritu se desnuda. Romper cadenas, avisorar desde los puentes de nuestra nave interior, ir más allá, siempre más allá. ¿Pero cómo y hasta dónde, Señor? 

                                        

Eugenio Orrego Vicuña, Terra Australis

                                         

Libro