Un extraño descubrimiento

 

 

«En otra isla, a cien millas de Hili-li sobre el mismo meridiano —lo que equivale a decir en la misma corriente de aire cálido, aunque su temperatura se ve allí muy atenuada por la disipación—, la partida exploró las ruinas de una antiquísima ciudad que han intrigado a los hili-litas desde antiguo. La isla es bastante grande, y en ella mantienen explotaciones agrícolas que proporcionan una sola cosecha al año. El conjunto permanecía razonablemente inalterado por el tiempo, y algunas construcciones estaban tan completas que parecían sólo un poco más deterioradas que los edificios más antiguos y olvidados de Hili-li; la yerma superficie sobre la que despuntaban veíase sembrada de detritos y sillares carcomidos caídos en época inmemorial. La piedra en la que estaban labrados nunca había sido vista por los hili-litas, en sus muchos siglos de historia, fuera de aquella antiquísima megalópolis; suponían que su cantera podía encontrarse en el gran continente circundante. Pero después de todo, lo verdaderamente peculiar de estos edificios era su diseño —por desgracia, me resultó imposible obtener de Peters más detalles de naturaleza arquitectónica—: los de mayor tamaño albergaban patios centrales — en los cuales hallaron restos de fuentes ornamentales —, y una torre rematada por una cúpula puntiaguda que hacía las veces —en opinión del sabio Masusælili — de observatorio astronómico. A los pisos superiores conducía una escalera de caracol construida en el exterior de la torre. Los huecos de las ventanas estaban cubiertos con una substancia artificial parecida al vidrio aunque menos transparente, si bien la mayoría bostezaba de un modo enigmático y desafiante. En las paredes advirtieron restos de frescos de brillantes colores. Peters asegura que sus estructuras no contenían arcos ni columnas, aunque admite que no se percató de esta circunstancia sólo por propia observación, sino por haber sido comentada en su presencia por los hili-litas que componían la partida. Muchas de las ruinas carecían de techumbre; no obstante, él insiste en que el techo de una de las ruinas más grandes parecía intacto a pesar de la despiadada acción de los vientos antárticos. Cómo puede soportarse una cubierta sin elementos de sustentación vertical y sin arcos para la adecuada distribución de cargas, es algo que no puedo explicar; y es totalmente imposible que los muros de un edificio de esas dimensiones puedan, sin arcos, soportar cerramiento alguno. Los helenos, como sabrá, eran muy hábiles ocultando los arcos a la vista, a pesar de que los emplearon con frecuencia. Admito que debo haber aburrido muchísimo al viejo Peters con cuestiones arquitectónicas; y como yo conozco muy poco del tema en su aspecto técnico, y él lo desconoce todo en cualquiera de sus vertientes —y además no mostró interés alguno por las ruinas cuando las tuvo delante—, comprenderá que la descripción que poseo de esta urbe ciclópea y arcaica es muy pobre. Tampoco pude obtener del anciano suficientes datos para formarme una opinión respecto a su extravagante estilo arquitectónico. Los edificios eran por lo general titánicos y fastuosos; de una tipología completamente diferente a cualquiera conocida del mundo antiguo: no eran helénicos, ni egipcios, ni asirios, ni romanos. Esto es todo lo que los hili-litas sabían y contaron. Además, descubrieron inscripciones en caracteres alfabéticos desconocidos para el mundo en la época de las migraciones masivas de los bárbaros al Imperio Romano, y también desconocidos para Pym. Una de las torres conservaba un gran ventanal de corindón translúcido azul y amarillo, con arabescos y símbolos geométricos trazados con incrustaciones de rubíes.»

—¡Qué mundo tan extraño —reflexionó Bainbridge—, en el que razas enteras vienen y van, dejando una ruina o dos y una inscripción indescifrable aquí y allá!

                                                       

Charles Romyn Dake, Un extraño descubrimiento

 


 

 

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario