El hombre del haschisch

 

 

«De pronto comenzó a contraerse con violencia la faz del Emperador y su labio a temblar rápidamente, y llorando de rabia, gritó en yannés con desgarrada voz al capitán de los torturadores que había un espíritu en la cámara. Yo no temía, porque los vivos no pueden poner sus manos sobre un espíritu, pero todos los torturadores espantáronse de su cólera y suspendieron la tarea, porque sus manos temblaban de horror. Luego salieron de la cámara dos lanceros, y a poco volvieron con sendos cuencos de oro rebosantes de haschisch; los cuencos eran tan grandes, que podrían flotar cabezas en ellos si hubieran estado llenos de sangre. Y los dos hombres se abalanzaron rápidamente sobre ellos y empezaron a comer a grandes cucharadas; cada cucharada hubiera dado para soñar a un centenar de hombres. Pronto cayeron en el estado del haschisch, y sus espíritus, suspensos en el aire, preparábanse a volar libremente, mientras yo estaba horriblemente espantado; pero de cuando en cuando retornaban a su cuerpo, llamados por algún ruido de la estancia. Todavía seguían comiendo, pero ya perezosamente y sin avidez. Por fin las grandes cucharas cayeron de sus manos, y se elevaron sus espíritus y los abandonaron. Mas yo no podía huir. Y los espíritus eran aún más horribles que los hombres, porque éstos eran jóvenes y todavía no habían tenido tiempo de moldearse a sus almas espantosas. Aún gemía blandamente el marinero, suscitando leves temblores en el Emperador Thuba Mleen. Entonces, los dos espíritus se abalanzaron sobre mí y me arrastraron como las ráfagas del viento arrastran a las mariposas, y nos alejamos del pequeño hombre pálido y odioso. No era posible escapar a la fiera insistencia de los espíritus. La energía de mi terrón minúsculo de droga era vencida por la enorme cucharada llena que aquellos hombres habían comido con ambas manos. Pasé como un torbellino sobre Arvle Woondery, y fui llevado a las tierras de Snith, y arrastrado sobre ellas hasta llegar a Kragua, y aún más allá, a las tierras pálidas casi ignoradas de la fantasía. Llegamos al cabo a aquellas montañas de marfil que se llaman los Montes de la Locura. E intenté luchar contra los espíritus de los súbditos de aquel espantoso Emperador, porque oí al otro lado de los montes de marfil las pisadas de las bestias feroces que hacen presa en el demente, paseando sin cesar arriba y abajo. No era culpa mía que mi pequeño terrón de haschisch no pudiera luchar con su horrible cucharada... »

Alguien sacudió la campanilla de la puerta. En aquel momento entró un criado y dijo a nuestro anfitrión que un policía estaba en el vestíbulo y quería hablarle al punto. Nos pidió licencia, salió y oímos que un hombre de pesadas botas le hablaba en voz baja. Mi amigo se levantó, se acercó a la ventana, la abrió y miró al exterior. «Debí pensar que haría una hermosa noche», dijo. Luego saltó afuera. Cuando asomamos por la ventana nuestras cabezas asombradas, ya se había perdido de vista.

  

Lord Dunsany, El hombre del haschisch

                                                   

 Libro





 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario